Evaluar el aprendizaje ha sido tradicionalmente un proceso polémico y complejo, principalmente porque sus fines han sido desvirtuados por los propios maestros que la llevan a cabo.

Permeando por la naturaleza humana de la práctica docente, ha sido utilizada como medio de desquite ante la indisciplina y la falta de compromiso por parte de algunos alumnos o como vía para recompensar la dedicación y el "buen comportamiento" de otros, esto, aún a pesar de que la normatividad explícitamente lo prohíbe.